CADENAS DE LIBERTAD

Nuestro amigo José Luis Cabría ha realizado un gran esfuerzo para traducirnos «CADENAS DE LIBERTAD» del italiano. Él mismo nos deja esta pequeña reseña del libro que podréis adquirir y disfrutar.

Cuando mi amigo Marcos Delgado, actual provincial  de la SMA, me pidió que le ayudara con la traducción del libro de Gigi, yo le pregunté si era un libro que merecía la pena tal esfuerzo. Le argumentaba que el libro no parecía que tuviera un especial interés en el ámbito español, pues se trataba de la vivencia en cautividad de un misionero italiano, del que apenas se conocía más que el hecho de su largo secuestro. Además, argumentaba: la historia para el lector tiene poca intriga, se sabe que todo comienza con una detención a punta de fusil y se conoce el final, su liberación tras más de dos años retenido.

¿Qué podrá aportar al lector actual, tan moderno y despreocupado, un libro así? Con estos prejuicios, inicié la lectura lenta, necesariamente lenta, palabra a palabra para ver cómo verter en español el sentido concreto del bonito y culto italiano con el que Gigi escribía su propia historia. Y me fui dejando envolver, palabra a palabra, por la vida que se escondía tras ellas, por la descripción, casi poética, del desierto, por los miedos y angustias experimentados, por las dudas que lo atormentaban, por las pequeñas alegrías que lo iban reconfortando y, sobre todo, por un aliento de esperanza que no falta nunca en su narración, por momentos convulsa, y en no pocas ocasiones, desazonada.

La lectura me fue metiendo en la historia, en el personaje del protagonista, un protagonista que tiene carne, y sangre, y huesos, y alma, y nombre propio, e historia…: es el padre Gigi, nombre familiar de Pier Luigi Maccalli. A medida que iba avanzando en la lenta lectura, me fui preguntando: ¿y si me sucediera a mí lo mismo? ¿Sería capaz de resistir un secuestro? ¿En qué me apoyaría para sostenerme en cautividad? ¿Me servirían mis vivencias, cuando no tuviera nada? ¿De qué valdrían la familia y las amistades cuando están ausentes y ni siquiera saben si vives o no? ¿Se habrían olvidado de mí? ¿Cómo vivir día a día sin nada?… Las preguntas me surgían, porque descubría lo que Gigi iba sacando de dentro, y lo sacaba porque lo tenía: una fortaleza y una hondura capaz de mantenerlo a flote en medio de un verdadero naufragio vital. Ahí se me fueron dibujando su vivencia profunda de amistad y amor por los suyos, su religiosidad tan enraizada que soporta silencios y ausencias de Dios, su cultura de auténtico ermitaño acostumbrado a la soledad, su aceptación del silencio como compañero de viaje, su saber vivir sin nada…

Gigi me fue contando de él, me fue metiendo en su historia y en su vida. Y confieso que he sufrido con él, me he alegrado con él, he esperado con él, he dudado con él, he tenido su mismo miedo… Y no he podido dejar de leer hasta ver cómo llega al final, un final conocido, pero que, hasta ahora, para mí era solo una fecha, unas fotos y videos que me había pasado Marcos, pletóricamente ilusionado cuando lo liberaron. Ahora, cuando repaso las fotos y los videos que recogen esos momentos de encuentro con los suyos, puedo entender y casi sentir con emoción, aunque no sé si del todo, lo que encierran esos abrazos y esas lágrimas de alegría contenida y dilatada en el tiempo en espera de la tan anhelada liberación.

Una liberación que está, paradójicamente, según descubrí leyendo a Gigi, en las cadenas con que lo sujetaban durante las noches pasadas en desierto: son cadenas de libertad. Con este título está provocándonos, y, en cierto modo, nos obliga a pensar. Ahí está la clave, me parece, de una historia que sorprendió y desconcertó a muchas personas, que conmovió a no pocos, que logró aunar cientos de oraciones y peregrinaciones de plegaria e intercesión… Pero la verdadera historia narrada con pasión en estas páginas no está solo en las fechas importantes del cautiverio, está en las reflexiones que dicha situación propició a quien la experimentó. Asistimos a la desnudez de un yo que ante sí mismo, ante los demás y ante Dios muestra quién es en realidad. Y Gigi ha mostrado, en su desnudez, que posee una hondura excepcional. Nos cuenta su proceso de liberación interior en medio de su encadenamiento, y su liberación física como una prolongación material de la interior, que antes ya asumió. Este juego profundo de exterioridad e interioridad es el que me ha dejado sorprendido y me acompaña desde que cerré las últimas páginas del libro, que concluye con las cartas nunca recibidas por Gigi, que le dirigió su obispo de Crema, y que nos recuerda que, mientras su secuestro, también había vida y sufrimiento entres sus amigos y familiares en su Italia natal.

Saber, intuir, desconocer, pensar, soñar, meditar, interiorizar, rezar, desasosegarse, esperar, confiar, amar…, son verbos que se diluyen en esta preciosa meditación, que es vivencia y son hechos. La interpretación de esas experiencias vividas es lo que hace grande este libro. No es una novela, aunque a veces tenga tintes de relato de aventuras; es, por desgracia, la narración de una cruda realidad, que conmueve e interpela, suscita admiración e invita a la reflexión, da respuestas, pero deja muchos interrogantes. Al final, el lector queda tocado, felizmente tocado, diría yo. Con unas lecciones sin moralina, con un relato de vida que transparenta el evangelio, con una personalidad que ha hecho entrega de sí, y lo lleva hasta las últimas consecuencias. Gracias, Gigi, por contarnos tu vida, por dejarnos asomarnos a tu intimidad, a tus miedos y tus esperanzas, por dejarnos entrar en tu cabeza y en tu corazón, por haber sido testigo valiente. Tus cadenas de hierro te han dado libertad, eso no todos lo pueden decir. Aprendamos la lección: no nos faltarán cadenas en nuestra vida; esperemos que no nos falte tampoco la libertad. Esa libertad que tú, querido Gigi, has tocado desde lo más profundo de tu limitación convencido, profundamente convencido, de que “donde está el Espíritu del Señor, hay libertad” (2Cor 3,17). Y contigo estaba el Espíritu, y en ti germinó la libertad, aunque fuera con cadenas, unas cadenas de libertad.

D. José Luis Cabria Ortega

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